Dec 9, 2014

¿DE VERDAD POTENCIAMOS LA AUTONOMÍA DE LOS ALUMNOS?

En todas las programaciones y diseños curriculares y leyes educativas aparece como objetivo y fin primordial potenciar la “autonomía” de los alumnos. La misma OCDE indica cómo la “autonomía” de los profesores y de los centros educativos constituye una variable importante para la calidad del sistema educativo.
Si buscamos la definición de autonomía nos encontramos con afirmaciones como que la autonomía en filosofía, psicología y sociología, es la capacidad de una persona de tomar decisiones sin intervención ajena. Evidentemente, no se trata en el aula de que el alumno tome decisiones “sin intervención ajena”. De la autonomía a la independencia hay un trecho. No hablamos de que el alumno sea “autodidacta” y no necesite al profesor o que éste deje de tener el control. Pero sí que deje de ser protagonista. Mucho se ha escrito sobre la definición del concepto de “autonomía” (para los interesados, recomiendo la lectura de los estudios de Holec, 1981, aunque solo lo encontré en inglés).
Para mí, permitidme la broma,  se acerca más a lo que entendemos como autonomía de un teléfono móvil u otro aparato similar: el tiempo que un dispositivo (niño) con una fuente de alimentación independiente (profesor) puede permanecer en activo (aprendizaje) hasta el agotamiento de dicha fuente (algo que suele ocurrir muy a menudo debido a las condiciones de nuestro trabajo, ¡menos mal que enseguida cargamos pilas y comenzamos de nuevo!). Ayudar al alumno a encontrar su estilo de aprendizaje y tomar conciencia de ello utilizando estrategias adecuadas para aprender.
Sigamos aclarando la terminología para saber a qué referirnos. Acordemos que hablar de autonomía es hablar de responsabilidad, toma de decisiones y estrategias de aprendizaje: 
En primer lugar supone la creación de estrategias de aprendizaje individuales en el alumno. Eso conlleva, evidentemente, cierto grado de responsabilidad del alumno sobre su propio proceso de aprendizaje. Y esa responsabilidad se adquiere tomando decisiones que afecten directamente al proceso de aprendizaje y, por qué no, al de enseñanza. 
Llegados aquí, viene la pregunta clave: ¿pueden nuestros alumnos ser autónomos? ,¿Cómo podemos lograr ese objetivo tan deseado? y, sobre todo, si de verdad nos planteamos ese objetivo, preguntémonos con sinceridad ¿Cómo queremos que nuestros alumnos sean autónomos si les decimos en cada momento lo que tienen que hacer y cómo tienen que hacerlo? ¿lo de "ser protagonista" se plasma en la realidad cotidiana del aula o solo en nuestras programaciones?
 ¿Os imagináis a un padre intentado explicar a su hijo cómo montar en bicicleta subido en ella constantemente, dándole normas de su funcionamiento y uso mientras su hijo le escucha corriendo tras él? ¿No nos sucede esto en el aula?. 



Normalmente en nuestras aulas el alumno es dirigido en todo momento por el profesor (o peor, por el libro de texto) sin que tenga la más mínima posibilidad de decidir el ritmo de aprendizaje, el material a utilizar…. Ello transmite una idea errónea y muy perjudicial sobre qué es aprender. La idea de que uno no puede aportar nada a su propio aprendizaje. Lo contrario de la autonomía. El aprendizaje se convierte en acumular conocimientos que le transmite el profe y volcarlos luego en un examen. Cuánto más se parezca al original mejor nota obtendrán.
Para fomentar la autonomía del alumno creo que tendríamos que 
Redefinir nuestro papel en el aula: asumir que en el fondo no podemos “enseñar”, que el alumno es el que aprende a partir de su actividad. Sería más provocar preguntas que dar respuestas, suscitar el deseo de aprender, despertar la curiosidad, facilitar situaciones de aprendizaje; crear un interés más que exigir un esfuerzo. ¿nos esforzamos nosotros cuando estimamos que algo no merece la pena ser aprendido?
José Antonio Marina contaba una historia muy ilustrativa: Recuerdo la anécdota de un profesor de pedagogía americano que el primer día de clase dijo a sus alumnos, futuros maestros: «He dedicado este verano a enseñar a hablar a mi perro. Está ahí fuera. Si quieren puede hacerles una demostración». Los alumnos por supuesto asintieron. El perro entró, se tumbó y el tiempo pasó sin que dijera palabra alguna. Al fin un alumno protestó: «Profesor, su perro no habla». El profesor contesto: «Yo les dije que había enseñado a hablar a mi perro. No que mi perro hubiese aprendido. No olviden eso en el futuro. Nuestra profesión no es enseñar, sino conseguir que aprendan».
 - Replantear lo que sucede dentro del aula: qué se aprende y cómo se aprende. Cuál es la actividad del alumno. Leí en algún sitio que en el aula no se “está”, en el aula se “vive”. Hagamos que nuestros alumnos “vivan” el aula y dejen simplemente de estar, de pasar el día sentados escuchando al profesor o al libro de texto. Tenemos una de las tasas más alta de abandono escolar de Europa. ¿cómo lograr que vivan la escuela? Impliquémosles en proyectos e iniciativas interesantes que les exija poner en práctica competencias múltiples, desatémosles del libro de texto y de tareas repetitivas y sin sentido (¿cuánto de lo que hacemos en el aula es pura “inercia”, porque todos lo hacen así o porque así nos lo enseñaron o simplemente porque “toca” en la lección de hoy?) 
Asumir que la interacción es el motor del aprendizaje. El alumno no puede ser mero consumidor de los conocimientos expuestos por el profesor o el libro. Debe ser creador de conocimiento y eso se hace en grupo Ningún profesor y ningún alumno deberían trabajar solos. Crecemos con otros, vivimos con otros, pensamos con otros, nos educamos con otros. Somos comunidad. 
Autonomía es : reconocer las propias necesidades de aprendizaje, involucrarles en proyectos compartidos y asumidos como propios, hacerles explícitos los objetivos (qué quiero aprender, por qué o para qué quiero aprender eso, qué sé y qué necesito saber para lograr el objetivo, cómo puedo aprender eso de manera más eficaz, qué estrategias debo seguir según mis capacidades y posibilidades..) y luego reflexionar sobre el resultado (qué he aprendido, fueron acertadas las estrategias seguidas, qué otros caminos podría haber cogido…) ¿pero qué espacio dejamos a nuestros alumnos? 
- Espero que nadie piense que hago una crítica fácil ni menosprecio la labor del profesor ni le culpabilizo. Al contrario, con mi argumento pretendo reivindicar la importancia del docente. Ninguna reforma o ley educativa serán nada sin contar con nosotros. Somos la clave de cualquier mejora posible. Tomemos de una vez las riendas y exijamos (y ganemos) la consideración que nos merecemos. (habría que hablar de la formación inicial universitaria, el acceso a la profesión, la carrera docente, la actualización didáctica, el reconocimiento a las buenas prácticas, las condiciones laborales, los recursos disponibles, el apoyo de las familias…). 
Que la autonomía no se aprende solo en el aula. Las familias tampoco reman siempre en la misma dirección y convierten a sus hijos e hijas en individuos dependientes, inseguros y pasivos. Es necesario que en la vida familiar y social les acostumbremos a participar: como consumidores, como ciudadanos…
Que nadie piense que creo tener la razón. Creo estar cargado de fuerzas y razones (¡qué palabras, prestadas del profesor Gabilondo!) a partir de mi trabajo cotidiano, pero sin respaldo de ningún otro argumento que mi experiencia en el aula.  


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