Antes de responder a las preguntas,
tengo que admitir que me crea muchas reflexiones. Creo que hago lo posible para
evaluar de forma justa pero pongo en duda constantemente mis planteamientos y
me cuestiono muy a menudo si lo que hago es correcto o justo. Tras casi 25 años de docencia debo decir que aún no hallé la respuesta definitiva. Lanzo aquí simplemente mis reflexiones:
- ¿nos consideramos justos, estrictos o que corregimos con manga ancha?
Claro que estudié en la Escuela
de Magisterio, como todos, los tipos de evaluación (diagnóstico, inicial,
final, sumativa, formativa…) y la teoría sobre qué, cuándo y cómo evaluar, y
así figuran en muchos documentos del centro. ¿Pero se traducen esos conocimientos teóricos
en alguna medida concreta en mi práctica docente diaria? ¿No sigo siendo un “juez” de resultados como
si no tuviera nada que ver con ellos?. En el tema de la evaluación nos situamos
frente a nuestros alumnos como si no estuviéramos a su lado.
Creo que la función esencial de
la evaluación NO es medir la capacidad y el rendimiento de mis alumnos. Creo
que la evaluación debe ser un
instrumento de aprendizaje para el alumno (para favorecerlo) y un
instrumento de mejora de la enseñanza para el maestro. Las posibilidades educativas de la evaluación
son mucho más amplias de lo que habitualmente pensamos. La verdadera motivación surge cuando nuestros
alumnos constatan (mediante los resultados de la evaluación) que aprenden y
avanzan gracias a su esfuerzo y no a
otras variables que ellos no pueden controlar.
Me inquieta el asunto de la influencia de muchos factores que hacen que
mis valoraciones puedan estar sometidas a un inmenso margen de incertidumbre: mis propias expectativas hacia mis
alumnos, mi estado de ánimo, la dificultad objetiva de las pruebas, su validez y fiabilidad, la duda de
si la evaluación es coherente con mi planteamiento pedagógico y si contribuye a
su mejora,
Hay muchos estudios que
demuestran que existen valoraciones muy
diferentes a una misma prueba según el profesor que evalúe (yo mismo hice esa
experiencia con ayuda de un compañero con resultados sorprendentes) e incluso
según el momento en que se evalúe (en 6º curso he “re-evaluado” pruebas del
curso anterior y los resultados no coinciden).
La evaluación debería ser una
ayuda. Debería servir al alumno para reflexionar sobre su aprendizaje y para
tomar decisiones al respecto. La evaluación no debería utilizarse para
averiguar quién hace las cosas bien y quién las hace mal, sino para que todos
los alumnos hagan las cosas mejor.
Sé que soy exigente (mis alumnos
seguro que utilizarían otros adjetivos, no digo ya sus padres) pero creo que
contemplo multitud de variables que pueden acercarme a llevar a cabo un proceso
evaluador más ajustado al proceso de enseñanza-aprendizaje que se da en mi
aula.
- ¿qué procedimiento sigues para corregir por igual a todos los alumnos? (estableces criterios mínimos y máximos, comparables)
Los alumnos suelen preguntar ante
una tarea nueva ¿esto entra en el examen?. Es decir, sólo es importante lo que
se va a evaluar. Por eso, considero que debemos evaluar todo lo que hace el
alumno (no solo conocimientos, también procedimientos, actitudes, valores)
Para ello utilizo como
instrumento de evaluación el portafolio: una carpeta individual donde incluyo todos los productos de
los alumnos: cuadernos de trabajo, textos, borradores, controles escritos,
deberes, diario semanal, poemas, cartas, trabajos extras, ejercicios de
refuerzo, comentarios de lecturas,
dibujos, registros de participación en blogs, wikis que utilizamos a
diario.
Además del portafolio, utilizo rúbricas de evaluación e indicadores de
logro de cada tarea, que los alumnos deben tener claro antes de comenzar
cada unidad/proyecto. Deben saber y
tener claro siempre qué se espera de ellos en cada unidad de aprendizaje, con
objetivos claros y constatables. Pero el
examen escrito, llámese examen, control, prueba… es un procedimientos
fuertemente instaurado, casi institucionalizado, en nuestro sistema educativo y social y que
ofrece grandes resistencias para ser modificado o desplazado por otros medios
evaluadores. Yo intento no separar tareas de aprendizaje y tareas de evaluación.
Creo que así se llega a una auténtica evaluación continua y no con la suma de
controles parciales. La evaluación
continua no es estar continuamente evaluando.
Como método utilizo una guía de observación del trabajo en equipo,
ya que trabajo con grupos cooperativos (explicar cómo y por qué me llevaría más
de un curso MOOC pero adelanto que considero que los alumnos aprenden cuando
observan qué han hecho mal cuando lo comparten y comparan con los demás, que aprenden interactuando y que el potencial del trabajo entre iguales es enorme)
El momento más importante en la escuela no es el de la realización de la tarea, es el de la evaluación, el de la corrección: cuando ven qué han aprendido, cuando modifican sus ideas previas. Considero fundamental la coevaluación y la autoevaluación que contribuye a la reflexión del alumno (siempre de la mano de la confrontación con la percepción del maestro, no solo es la aceptación de sus errores y aciertos indicados por el profesor, deben pasar de receptores a verdaderos agentes de su evaluación). Creo que los alumnos son (no solo en la evaluación) meros espectadores y no “protagonistas” como dicen todas las programaciones y otros documentos del centro. Papel mojado, seamos sinceros.
El momento más importante en la escuela no es el de la realización de la tarea, es el de la evaluación, el de la corrección: cuando ven qué han aprendido, cuando modifican sus ideas previas. Considero fundamental la coevaluación y la autoevaluación que contribuye a la reflexión del alumno (siempre de la mano de la confrontación con la percepción del maestro, no solo es la aceptación de sus errores y aciertos indicados por el profesor, deben pasar de receptores a verdaderos agentes de su evaluación). Creo que los alumnos son (no solo en la evaluación) meros espectadores y no “protagonistas” como dicen todas las programaciones y otros documentos del centro. Papel mojado, seamos sinceros.
Tengo que admitir que cada tres
meses me enfrento a un serio dilema: las notas.
El traducir todas las valoraciones a una nota numérica me crea serios
problemas. Creo que a todos nos pasa eso y lucho por no reducir la evaluación a
la calificación de los resultados del alumno en períodos concretos (las 3
evaluaciones). Corregir no debe ser solo detectar errores. Por eso, acompaño
mis notas de informes valorativos sobre
las dificultades y logros que realizan mis alumnos, creo que aportan más información a alumnos y padres que un simple "suficiente" o un "notable". De hecho, en los “controles”
no pongo nota. Redacto valoraciones de
cada respuesta (hay un error aquí, esta
cuenta no está bien, el planteamiento es correcto pero las operaciones no, esta
frase no está bien construida, no se entiende lo que quieres decir, creo que debes utilizar otras expresiones
como…., no explicas o no defines como se
pide en la pregunta, …,), además hago preguntas e indico tareas a realizar (como
revisa estas palabras (sin decir dónde está el error o la falta de ortografía), revisa la teoría del cuaderno y luego redacta
de nuevo el ejercicio, esto no es así,
pregúntalo en clase en alto y yo lo explico de nuevo…). A pesar de llevar
muchos años procediendo de esta manera, me encuentro siempre con padres y madres (ahora incluso niños
y niñas de 8-9 años) que “exigen” una nota “para saber cómo va”. La "mochila" (cargada de vivencias, experiencias, concepciones, prejuicios...) educativa de cada uno de nosotros pesa mucho, demasiado diría yo. Además, las instituciones educativas incluida la Administración (Inspección, Consejería, Ministerio) no contribuyen a ese concepto de evaluación, a pesar de las bonitas palabras que incluyen en normas, leyes y resoluciones. Papel mojado, de nuevo.
¡Exelente!
ReplyDeleteGracias, encantado de debatir, espero seguir en el espacio del curso. ¡Menudo asunto el de la evaluación! ¡Hay tanto que decir...! Un saludo, nos leemos.
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