Nov 29, 2014

¿TRATAR A TODOS POR IGUAL?

Acabo de leer en el espacio de debate del curso #preguntasPISA MOOC un comentario sobre una de las tareas, que nos planteaba si nos considerábamos justos, estrictos o que corregimos con mancha ancha.   Leí que "corregimos justamente ya que tratamos a nuestros alumnos por igual, sin diferencias"
Ante esta afirmación me han surgido algunas dudas y me planteo algunas cuestiones que comparto con todos aquellos que leáis este blog:

Creo que todos “intentamos ser” justos en nuestras evaluaciones, otra cosa sería impensable, pero ¿de verdad logramos ser lo que queremos ser?  También me surge una duda ¿no hacer diferencias,  es igualitario? ¿No discrimina, tratar lo diferente y lo diverso con los mismos parámetros? Ya adelanto que yo creo que sí, que en todo caso será tratar a todos por igual en función de lo que es cada uno, tratarles justamente y sin ser arbitrarios pero reconociendo sus diferencias, su punto de partida, su progreso individual,  sus logros y limitaciones; la ya conocida frase de derecho a la diferencia, sin diferencia de derechos.  
Hace unos años participé en mi colegio en una experiencia sobre evaluación. Se trataba de investigar sobre nuestra acción en el aula.  Algunas clases se grabaron en vídeo (al principio, eres consciente de ello pero al final ni te acuerdas), otras se incluía la presencia de otro docente/observador.

Las conclusiones fueron muy interesantes y tuvieron la consecuencia de tomar decisiones sobre nuestra tarea diaria que han marcado nuestra forma actual de enseñar.

No dedicamos el mismo tiempo a todos los alumnos, aunque según una encuesta previa todos afirmábamos que sí.  Ni todos reciben el mismo trato.  El lenguaje que utilizamos no es el mismo para todos (ni las palabras elegidas, ni el tono, ni el momento de decirlas, ni lo que decimos ni lo que callamos…), ni tampoco  nuestro lenguaje no verbal, hay miradas y gestos que delatan nuestros sentimientos y emociones de los que es difícil distanciarse.  No con todos los alumnos tenemos la misma paciencia, ni no entendemos igual.

Cuando los profesores hablamos de nuestros alumnos en los pasillos solemos utilizar expresiones y “etiquetas” (que muchas veces, nuestros propios alumnos oyen)  que influyen, creo, negativamente en la percepción o la imagen  que de esa persona se hagan profesores  y también  alumnos. Todos sabemos la importancia de un autoconcepto positivo y de la autoestima, tanto que, para el aprendizaje, el bienestar afectivo más que un objetivo, yo creo que es una condición “sine qua non”. Y hay alumnos que , a nuestros ojos y a los suyos, viven en un permanente (y a veces, solo aparente)  “fracaso”.

Son comunes, debemos reconocerlo, las comparaciones hechas en público, el “cantar” las notas de los controles en voz alta, el recriminar la mala presentación de un cuaderno o el fallo en un problema matemático delante de todos los compañeros.  El tono de voz, el lenguaje corporal, incluso nuestros silencios no son siempre los mismos y dicen mucho de lo que pensamos.

Existen multitud de investigaciones y estudios de la motivación en el aula, es de todos conocido  el “efecto Pigmalion” por el que nuestras expectativas hacia los alumnos determinan su rendimiento en muy buena parte y tienden a cumplirse, entre otros motivos, porque nuestro trato es diferente aunque no lo hagamos conscientemente.  Y esto tiene una doble cara: el efecto positivo para los alumnos que mejoran el rendimiento confirmando nuestras altas expectativas y el efecto negativo sobre los alumnos “peores” que también confirman nuestras bajas expectativas.


 Y quizá lo  más grave de todo este asunto sea éste: la importancia de que alguien espere algo de ti.   Cuando nadie espera nada de ti (ni tú mismo) no puede haber progreso en el aprendizaje.  La generación de confianza en uno mismo y el vivir experiencias de éxito son tareas fundamentales en nuestra labor educativa.

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